sábado, 24 de octubre de 2009

CAÍDO DEL CIELO

Es un hecho real. Se puede consultar en la prensa del día de cualquier hemeroteca. Ocurrió el 25 de julio de 2002. Amaneció otro día caluroso. En realidad, era uno más de los de ese verano. Cuando el sol se encumbró sobre el horizonte, el campo seco de la dehesa jiennense tomaba tintes abrasadores. Por la mañana, Manuel cogió su coche y partió desde el barrio de La Zarzuela. Tomó la calzada que sale de Linares hacia la carretera de Baños de la Encina. Pasó por una gasolinera Cepsa. Luego, atravesó el popular Merendero Siglo XX hasta llegar al aparcamiento de “Perrhinchao”. En realidad, esta piscina nunca se llamó así. Su nombre comercial era Formentor, aunque nadie la conocía por esta denominación, sino por un seudónimo que aludía a la mala fortuna que corrió un can que cayó en sus aguas y fue encontrado días más tarde.

“Perrhinchao” era un lugar de baño y de paella. Miles de linarenses han pasado por sus instalaciones. En la entrada, unos grandes chopos daban sombra a los que esperaban para sacar su pase en la taquilla. Los árboles eran de la misma familia que los que protegían del sol a los vehículos en el aparcamiento, ya que en la era “Perrinchao” no existía aún el aire acondicionado. Abanicos, parasoles de cartón y el pelo mojado después del chapuzón funcionaban como sustitutos. Después de traspasar la entrada, había una hilera de mesas y sillas de hierro. Era el lugar de la terraza, en la que despachaban los camareros. A su lado, un pequeño bar que comunicaba con la cocina y, a continuación, una larga barra para servir. Allí, en los días de julio y agosto, casi dos decenas de camareros vendían miles de polos y cientos de refrescos y cervezas. Acudían a comprar los linarenses que ocupaban las mesas de la piscina, que eran como las de la terraza que servían los camareros, pero carecían de mantel.

Los linarenses que acudían a “Perrinchao” tomaban esas mesas, mucho menos vistosas que las otras, y sacaban las viandas que habían preparado para pasar un día de piscina. Bocadillos de salchichón y de chorizo, entre otros, y algunas tortillas de patatas. También había neveras con hielo en las que se guardaban los refrescos y la cerveza, aunque muchos preferían acudir a comprarlas a la gran barra repleta de camareros. Así, se garantizaban que tendrían una temperatura que aliviaría el calor estival. Las mesas rodeaban una gran piscina. En uno de sus laterales había una gran explanada de césped y a su lado, otro vaso lleno de agua para el baño de los más pequeños.

Sin embargo, cuando Manuel llegó al aparcamiento de “Perrinchao”, todo esto ya sólo quedaba en el recuerdo colectivo de los linarenses que acudían a esta piscina durante los días de verano. Ahora, esas instalaciones tenían pinta de no valer más que el precio al que se paga una hectárea de terreno cerca de una carretera. La piscina sólo era un agujero edificado. Una valla con una cadena impedía el acceso y los edificios, en los que estaba la taquilla, la cocina, el bar y la gran barra, presentaban un fantasmagórico aspecto. Los tejados estaban prácticamente derrumbados y las paredes mostraban gigantescos desconchones e, incluso, algún gran agujero, que daba acceso a los gatos que buscaban ratones y otros animales de mayores dimensiones. Las puertas metálicas aún aguantaban y daban portazos cuando el viento se afanaba en moverlas.

Manuel se bajó del coche. Caminó por el aparcamiento de “Perrinchao” y murió a escasos veinte metros de su vehículo. Un toro de la Dehesa Cañada-Icosa lo esperaba en ese lugar. Se le arrancó por sorpresa y nada pudo hacer para escapar. En el juicio, la familia testificó que el hombre acudió al aparcamiento de la piscina en busca de hinojos, ya que pretendía aliñar una berenjenas que había recolectado en un huerto. Es la versión que quedó probada en la sentencia y se muestra como la única que tiene certeza jurídica. Además, después de la declaración de todas las personas que acudieron después a recoger el cuerpo, el toro estaba fuera del cercado o, lo que es lo mismo, se escapó de la dehesa y mató al hombre en las inmediaciones de la carretera. El mayoral declaró que el animal había huido después de una pelea. Tenía una pata rota y la piel rayada, que es la denominación que obtienen en el argot taurino los animales que tienen arañazos blancos en su cuerpo provocados por los pitones de otro astado. No obstante, estos daños no le impidieron acabar con la vida de Manuel.

En Cañada-Icosa pastan los toros de los hierros de Mariano Sanz y Bernardino Sanz. Se trata de una vacada con bastante tradición. Un hierro procede de la casta Jijona. El otro tiene sangre de Villamarta y de lo que ahora es Conde de la Corte. Sin embargo, las reses no dan en la plaza el juego necesario para el lucimiento de los toreros, por lo que ahora está en proceso de renovación con dos sementales de Núñez del Cuvillo.

El Juzgado de Linares sentenció que el toro estaba fuera de la ganadería debido a que se escapó, por lo que obligó al ganadero a afrontar su responsabilidad civil en forma de indemnizaciones a la familia de Manuel. Asimismo, entendió que no existía responsabilidad penal alguna, ya que consideró que fue un hecho fortuito o, lo que es lo mismo, un accidente. Fue el seguro de la explotación ganadera el que se encargó de reparar los daños económicos. Los morales, aún siguen.

Una de las hijas de Manuel, al percatarse de que tardaba en regresar, acudió a buscarlo. Salió también del barrio de La Zarzuela montada en un Seat Córdoba azul. Iba acompañada de niños pequeños. Eran sus hijos y sus sobrinos. Pasó la gasolinera Cepsa. Atravesó el Merendero Siglo XX y llegó al aparcamiento de “Perrinchao”. Realizó con comodidad la maniobra de entrada, ya que la carretera estaba muy poco transitada. Allí vio el coche de su padre. Estacionó su automóvil a su lado. Abrió la puerta y se bajó. Todos los niños hicieron lo mismo. Aparentemente, no había nadie a su alrededor. Los pequeños comenzaron a gritar: “Abuelooo, abuelooo”. La hija hizo lo mismo.
De repente, apareció la silueta de un hombre de entre las ruinas de “Perrinchao”. Miró a la mujer y a los niños y les gritó: “Corred. Al coche, que hay un toro suelto”. La mujer y los niños llegaron al vehículo a la carrera. Se metieron dentro y cerraron las puertas. Sin embargo, el toro ya los había visto y los persiguió a la carrera. Con el coche aún parado, la primera embestida consiguió romper la ventanilla del pasajero que viaja en la parte delantera. En la segunda, metió los pitones entre la chapa. Al igual que en la tercera y en la cuarta, en la que también rompió una de las ruedas. La fotografía muestra cómo quedó el coche. Se tomó unas horas después, ya que permaneció aparcado en la gasolinera durante toda esa dramática jornada.

No obstante, la mujer pudo sacar el coche del aparcamiento y recorrer, con el neumático reventado, los casi cinco kilómetros que separa “Perrinchao” de la gasolinera Cepsa. Allí pidió auxilio y se comunicó lo acontecido a la Guardia Civil. Nadie, hasta ese momento, se había puesto en contacto con la Benemérita, que acudió para avisar a la explotación ganadera de que tenían una res en libertad y examinar el lugar de los hechos. Allí, encontraron el cuerpo sin vida de Manuel.

Hasta ahora, nadie sabe quién fue esa persona que avisó a la mujer y a los niños. Por la carretera, no pasaba nadie en ese instante. Tampoco no se avisó antes a la Guardia Civil para comunicarle que había un toro escapado. La mujer cuenta que ese hombre no tenía coche, ni moto, ya que no había aparcado ningún vehículo por allí. Pero, ¿Cómo sabía que había un toro suelto? ¿Qué hacía una persona en un camino que sólo llevaba a una piscina en ruinas? ¿Si sabía que había un toro, por qué no se protegió él? ¿Por qué nunca acudió a la Guardia Civil, ni fue localizado para el juicio? ¿Cómo fue capaz de avisar en el momento más oportuno?. Cinco segundos más tarde hubieran acabado en una tragedia aún mayor. ¿Por qué avisó desde una zona en la que sólo se le podía adivinar la silueta?. Esa voz, para esta familia, llegó caída del cielo. Tal vez fue humana o, quizás, ni siquiera eso. La incógnita aún perdura.

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